jueves, 19 de diciembre de 2013

Laberinto (Walter Benjamin)

Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte. Este arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el sueño de los laberintos sobre el papel secante de mis cuadernos fueron los primeros rastros. No, no los primeros, pues antes hubo uno que ha perdurado. El camino a este laberinto, que no carecía de su Ariadna, iba por el puente de Bendler, cuyo arco suave significaba para mí la primera ladera. A su pie, no lejos, se encontraba la meta: Federico Guillermo y la reina Luisa. En sus pedestales redondos se erguían sobre las terrazas, como encantados por mágicas curvas que una corriente de agua, delante de ellos, dibujara en la arena. Sin embargo, me gustaba más ocuparme de los basamentos que no de los soberanos, porque lo que sucedía en ellos, si bien confuso en relación con el conjunto, estaba más próximo en el espacio. El que hubiera algo especial en este laberinto lo comprendí desde siempre por la ancha e insignificante explanada, que no revelaba en nada que aquí, a pocos pasos del corso de los coches de plaza y carrozas, duerme la parte más insólita del parque. De ello percibí pronto una señal. Pues aquí, o a poca distancia, debía de haber tenido su lecho Ariadna, en cuya proximidad comprendí por vez primera, para no olvidarlo jamás, lo que sólo más tarde me fue dado como palabra: Amor.


Laberinto (Walter Benjamin)____________________________________________________________________________

Infancia en Berlín hacia 1900
Walter Benjamin (Berlín, 15 de julio de 1892 – Portbou, 27 de septiembre de 1940)

Ediciones Alfaguara, 1982

 
Infancia en Berlín hacia 1900, permite leer, literalmente, la experiencia de sí junto a la experiencia de escribir. También, puede hacerse a través de los currícula que presentara en diversas oportunidades de su vida (desde 1929, para su habilitación universitaria fracasada, hasta 1940, con el fin de realizar los trámites de visado y salir de Europa). A partir de la “única y mínima norma” que se pone durante años para escribir sus ensayos —“no utilizar jamás la palabras yo ́” —, Benjamin crece en los textos en los que precisamente habla ese ́yo ́. Tal como dice hacia 1929 sobre J. Green, “no escribe sus vivencias, su vivencia es escribir”. Leer, entonces, el  ́yo ́de Benjamin, voluntaria y sistemáticamente evitado, deja entender que el único lugar habitable de un intelectual sin lugar se arma en filigrana de escrituras.

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