viernes, 10 de enero de 2014

Pena (C. S. Lewis)

Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva.
Otras veces es como si estuviera medio borracho o conmocionado. Hay una especie de manta invisible entre el mundo y yo. Me cuesta trabajo enterarme de lo que me dicen los demás. Tiene tan poco interés. Y sin embargo quiero tener gente a mi alrededor. Me espantan los ratos en que la casa se queda vacía. Lo único que querría es que hablaran ellos unos con otros, que no se dirigieran a mi.
Hay momentos en que, de la forma más inesperada, algo en mi interior pugna por convencerme de que no me afecta mucho, de no es para tanto, al fin y al cabo. El amor no lo es todo en la vida de un hombre. Yo, antes de conocer a H., era feliz. A todo el mundo le pasan estas cosas. Vamos, que no lo estoy llevando tan mal. Le avergüenza a uno prestar oídos a esa voz, pero por unos momentos da la impresión de que está abogando por una causa justa. Luego sobreviene una repentina cuchillada de memoria al rojo vivo y todo ese "sentido común" se desvanece como una hormiga en la boca de un horno.


Pena (C. S. Lewis)____________________________________________________________________________

Una pena en observación
C. S. Lewis (Belfast, 29 de noviembre de 1898 - Oxford, 22 de noviembre de 1963)

Editorial Anagrama, 1994


En 1952, la poetisa norteamericana Helne Joy Davidson Gresham, católica, divorciada y comunista, apareció en la vida del cincuentón Clive Staples Lewis, católico, soltero y eminente hombre de letras británico, que ejercía en aquel entonces su magisterio en Oxford. Helen- H., como se la denomina en el libro, sentía desde hacía tiempo una profunda admiración por Lewis, al que hasta ese momento sólo conocía a través de sus obras y de un escaso intercambio epistolar. Del encuentro personal surgió el amor, al que el ya maduro escritor se entregó con entusiasmo. Pero la dicha duró poco: Helen enfermó de cáncer y murió, dejando a Lewis sumido en el dolor. El libro es el fruto de ese dolor. C. S. Lewis reflexiona sobre su desdicha, sobre la pérdida del ser amado, y que se confronta con Dios, con su aparente ausencia y con la que parece ser su verdadera naturaleza. El vacío, la soledad, la impotencia, el recuerdo, el amor, la fe, la esperanza, la búsqueda de un sentido a tanto sufrimiento, los lugares aún impregnados del ser amado irremisiblemente perdido, son el punto de partida de este intenso y emotivo libro.

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