jueves, 16 de enero de 2014

Quousque (E.M. Cioran)

Quousque eadem?

¡Que sea maldita para siempre la estrella bajo la que nací, que ningún cielo quiera protegerla, que se disperse por el espacio como un polvo sin honra! Y el instante traidor que me precipitó entre las criaturas, ¡sea por siempre tachado de las listas del Tiempo! Mis deseos no pueden ya compadecerse con esta mezcla de vida y de muerte en que se envilece cotidianamente la eternidad. Cansado del futuro, he atravesado los días, y, sin embargo, estoy atormentado por la intemperancia de no sé qué sed. Como un sabio rabioso, muerto para el mundo y desencadenado contra él, sólo invalido mis ilusiones para excitarlas mejor. Esta exasperación, en un universo imprevisible -donde empero todo se repite-, ¿no tendrá fin jamás? ¿hasta cuándo repetirse a uno mismo: "Execro esta vida que idolatro"? La nulidad de nuestros delirios sometidos a una insípida fatalidad. ¿Por qué insurgirnos aún contra la simetría de este mundo cuando el mismo Caos no podría ser más que un sistema de desordenes? Pues nuestro destino es pudrirnos con los continentes y las estrellas, pasearemos, como enfermos resignados, y hasta el final de las edades, la curiosidad por un desenlace previsto, espantoso y vano. 


Quousque (E.M. Cioran)____________________________________________________________________________

Breviavio de podredumbre 
E.M. Cioran (Răşinari (Rumania) 8 de abril de 1911 - París, 20 de junio de 1995)

Editorial Taurus, 1981


E. M. Cioran. [...]Pensador ahistórico, espléndidamente aislado, sin escuela ni progenie, la figura de E. M. Cioran aparece con creciente frecuencia en el mar de los sargazos de la cultura contemporánea: se repiten sus aforismos, para dar peso sentencioso a artículos periodísticos con pretensiones de sublimidad (peligro máximo de Cioran: lo fácil y brillantemente que se le puede citar). [...]Es miembro de la sombra de la filosofía oficial francesa de nuestros días; hacia esta sombra se van volviendo muchos ojos, fatigados del relumbrón de tantos alamares y charreteras.
Fernando Savater

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