jueves, 10 de abril de 2014

Pánico (Giorgio Nardone)

Imagínense que están solos en medio de un gentío: de repente, como si se tratase de la emboscada de un acérrimo enemigo, sienten que su mente se escapa. El corazón enloquecido patalea como un caballo al galope. La garganta, llena de aire como un río desbordado, se ahoga. La cabeza, como al borde de un precipicio, se tambalea de vértigo. El miedo se extiende, quieren escaparse pero no se puede huir de uno mismo, de las propias sensaciones. El miedo les envuelve, les estrangula; intentan controlarlo, pero es él quien les controla. Se sienten enloquecer y morir al mismo tiempo. De repente, una mano amiga les toca el hombro: "Hola cariño, discúlpame por el retraso". Como nubes atravesadas por el sol, el pánico se desvanece, pero aún el sudor gélido en la piel les recuerda que no se trataba de una pesadilla.
Bienvenidos al mundo del pánico.
El miedo a este enemigo les acompañará de ahora en adelante como una sombra siniestra y, cuanto más intenten eliminarla, más se perderán dentro de ella.
He utilizado una estratagema literaria para hacer entrar al lector en la dramática realidad de las personas que sufren ataques de pánico. Normalmente el problema se minimiza: "No es nada, eres tú que lo creas todo. No es una enfermedad física, es solamente tu miedo". Esta afirmación de sentido común popular no tiene en cuenta el hecho de que un mal imaginario es peor que uno real y se puede convertir, en sus efectos, en más real que cualquier realidad.

Pánico (Giorgio Nardone)
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No hay noche que no vea el día
Giorgio Nardone (Arezzo (Italia), 13 de septiembre de 1958)

Herder Editorial, 2004


El miedo, al ser la más primitiva de entre nuestras emociones, cuando alcanza sus extremos, es la más concreta y real de nuestras sensaciones e implica mente y cuerpo en una secuencia reactiva tan rápida que se anticipa a cualquier pensamiento. Las formas y los lugares del pánico son de lo más diverso, todos los conocemos y quizás hemos tenido experiencias alguna vez: el miedo a la altura, a las multitudes, los lugares cerrados, el miedo a volar, a perder a las personas queridas, a los ascensores, al propio aspecto físico. El hecho que este tipo de patología tan extendida sea tan invasora y discriminante para la persona que la padece no significa, sin embargo, que sea una condena de la cual es imposible liberarse.

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